Me inquieta, no puedo evitarlo. Contemplo las fanfarrias del poder obsceno, el triunfo ególatra de la riqueza desquiciada y ahíta de soberbia, la perversa puesta en escena de los dueños de la “pastilla roja”, de los seguidores de los preceptos de MacAskill, filósofo de cabecera de Elon Musk, y siento un oscuro y brumoso horizonte, incompatible con la esperanza que me sugiere la sonrisa vital de mi nieto.
Ese oscuro horizonte aparece en los poemas de Mircea Cărtărescu, cuando dice:
“reiremos en negro entre los dedos llenos de labios
cuando nos arranquen la aguja y la piel de las mejillas
y amarnos no podremos, separados
por la manta de barrotes. ¿qué haremos
allí en el aliento de los carburadores de acetileno
bajo una sangre oscurecida
por los reflectores negros de los fósiles?
las fotografías abrirán con lentitud los pétalos
al viento que esparce en los raíles del tranvía
nieve y órganos desperdigados”
(Fragmento de “Elegía según Catulo” de Mircea Cărtărescu).

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